miércoles, 14 de julio de 2010

Cielo

Mientras la noche se caía nosotros nos abrazábamos lentamente. Era la primera noche que pasábamos a solas, tu y yo. El cielo nos observaba, envidiado, como si de un mar se tratara nos acompañó durante todo el viaje; este viaje que se trataba de caricias y besos. Esas estrellas que blancas, puras y majestuosas, nos miraban envidiosas de no estar tan juntas como nosotros. Tus ojos, tan claros como de costumbre parecían aún más claros, cosa que era de una improbabilidad enorme, que nunca. El azul de mi vestido resaltaba, mis ojos marrones eran casi verdes. Este mar de estrellas estaba haciendo aquella noche tan especial, como estaba siendo para mi.

La noche era impasible. Nosotros, él, mejor dicho, estaba apoyado en mi hombro. Yo, sentía un ligero cosquilleo. De repente, nos vimos interrumpidos por una estrella fugaz, tú me dijiste:-¡Mira!¡Pide un deseo!-, aunque no sabía muy bien que decir, decidí desear darte un beso. Así que me envalentoné, y balbuceando te dije:-Acércate-.Te quedaste sorprendido, pero, te acercaste. Te susurré y te reíste, fue una risa sorda y hueca. Me asustaste, me dejaste sin palabras, y de repente...me plantaste ese beso que yo deseaba en mis labios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario