miércoles, 2 de febrero de 2011

Ya era hora de sentir aquellos exquisitos besos recorriendo mi espalda. El hormigueo intenso de una noche de placer y lujuria. Entre caricias y gemidos excitantes tu voz se deshacia. Mis ojos se clavaban en tus pequeñas pupilas. Nos mirabamos deseosos de gozar, de fundirnos en una sola alma. Querer liberar nuestra vida de la opresión del no, decir si, "oui", "yes" querer ser libre, VIVIR.
Por fin, por la mañana, cansados, desperezabamos el cuerpo aletargado por la pasión desenfrenada de la noche anterior. Hora de trabajar. Ver caras nuevas, deslumbrar al mundo con mil cosas nuevas. Ver pasar las horas mientras conduces por una solitaria carretera. Almorzar. Sentir la brisa fresca del norte. Respirar. Tener la neceistdad de querer. Una vez más ya es hora de volver, volver a los sentimientos de siempre. Tu casa, tu felicidad, tu relajación.
Pero esta noche, no es como las habituales. Te sientas, coges un cigarrillo, le enciendes, empiezas a dar caladas. Sientes que un humo extraño invade tus pulmones. Te sientas, quizás por cansancio, o simplemente por saltarte todo aquello que es habitual. Coges tus cascos. Pones tu "Ipod" y comienzas a oír todas aquellas canciones que, olvidadas como el agua en verano, te recuerdan momentos de júbilo, amor y desenfreno adolescente. Te ries. Suspiras pensando en aquellos tiempos tan maravillosos en los que, solo te preocupaba saber quien te quería más.
De repente, tu vida se para, el silencio se irrumpe por la música melódica de aquella canción. Vuestra canción. Tus ojos comienzan a verse vidriosos. Llegan a tí pequeñas lágrimas. Te acuerdas de aquellos momentos, dolorosos, quién sabe, o solamente nostálgicos en los que vosotros estábais frente al mar, con los pies sobre la arena blanca y fina de aquella pequeña cala. Repentinamente de tu corazón brota una enorme carcajada. Ries entre sollozos preguntándote el por qué de estar así. Justamente después tu móvil suena, es ella. Miras fíjamente el móvil, te estremece el saber que ella ya no está. Contestas. Oyes un llanto armonioso. Te sientes mejor, no sabes por qué.
Habláis. Dicutís quizás. Esa noche, rememoras todo, lo bueno, lo malo, lo mejor, lo peor. Ella igual. Ocho de la mañana. No quieres salir. Quieres quedarte, en tu mundo. Pero con un pequeño sobresalto lees el pequeño mensaje que ella te manda. Sonries, lloras. Te vistes, sales corriendo, nervioso. Y te la encuentras delante del portal con un ramo inmenso de rosas que, caen al suelo bruscamente. Os abrazáis, sentís aque aroma puro, fresco. Os besáis. Prometéis no volver a cometer estupideces de adolescentes. En ese momento todo, todo vuelve a ser como antes.

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